viernes, 28 de septiembre de 2012

Una Aire diferente, pero loca :)


Mi querida Pequeña Dama, permite que te cuente cómo fue nuestra infancia decía la joven Aire a su yo de niña
Mamá era una poderosa Reelon. No diré la más poderosa, porque a mamá no le gustaba presumir, pero seguramente sería de las que más.
Nuestra raza vivía en el bosque de Kolinndor. Yo era muy feliz por aquella época. Me encantaba practicar la magia y el bosque. Y, claro, estar junto a mamá y las demás. No había nada en el mundo que pudiera cambiar por ello.
Pero la única feliz en aquella época era yo. Al parecer, un señor muy malo estaba tomando por la fuerza ciertas zonas, pero a mí nadie me dijo nada.
Un día, mamá me mandó a por flores a lo más profundo del bosque. Se la veía preocupada, mucho. Me dio un abrazo, y dijo que no volviera hasta pasada varias horas.
Así hice… Una lágrima surcó la mejilla de Aire, que se la limpió con el dorso de su mano como si no pasara nada
Cuando volví a la aldea… No, ya no se le podía llamar aldea. No había nada. Todas las casas estaban destruidas, todo ardía.
¡Mamá, mamá! Grité por todos sitios. ¿Dónde estás, mamá? Pero ella no me respondía.
Al final la vi. Estaba con los brazos abiertos y parecía que me miraba, aunque su mirada era muy fría… Aterradora.
Cuando me acerqué corriendo para abrazarla, muerta de miedo…
¡Mamá estaba muerta! ¡Muerta! Gritó desconsolada, al mismo tiempo que empezaba a llorar con gran intensidad.
Tenía tres lanzas clavadas. Dos en el pecho, una a cada lado, y otra en el estómago.
Corrí a ella y empecé a llorar.
¡Mamá, mamá, despierta! ¡Despierta mamá!... pero ella no lo hizo.
No se cuanto tiempo pasó, pero unas mujeres de la aldea aparecieron y me cogieron en brazos. Me llevaron a la Aldea Sagrada.
Allí me enteré del ataque sorpresa del Emperador, de cómo mi madre intentó prevenir a todas las demás para que estuvieran alerta, porque un escalofrío recorría el ambiente, y cómo las demás la ignoraron.
Entonces… dijo sonriendo y mirando a un lugar en particular. Apareciste tú, mi Pequeña Dama. ¿Sabes por qué te llamo así? Porque era el nombre cariñoso que mi mamá me decía.
Éramos tan iguales… Pero no se por qué la gente decía que no te veía. Cada vez que les preguntaba si éramos hermanas, las demás mujeres me miraban al principio mal, y después con pena. Siempre decían que no había nadie conmigo, que era sólo mi imaginación.
Qué locas están las pobres… Aire hacía este último comentario asintiendo con gran fuerza.
Según me fui haciendo mayor, fui descubriendo más cosas de ese maldito Emperador. Tenía que matarle. No, no sólo eso. Tenía que aplastar su cabeza. Sí, eso estaría bien.
Un día, sin avisar a nadie, decidí partir. Debía buscar al Emperador, debía asesinarlo… Sólo entonces mi mamá podrá descansar.

Una despedida

No es ninguna historia, es una pequeña frase, pero siento la necesidad de incluirla en este blog.

Y se fue con la cabeza alta. Despidió al verano y, como el señor que era, dio la bienvenida al otoño antes de echarse a dormir.

Hasta luego, abuelo.

domingo, 16 de septiembre de 2012

Lucas Figueroa, mutante

Nací en el núcleo de una familia rota. O eso me dijeron las monjas del orfanato de Madrid que me encontraron un día nublado de abril de 1983. En la cesta en la que me dejaron mis padres,  sólo había una nota que decía que no querían tener a un monstruo como yo entre ellos.
Las monjas no podían entender cómo un bebe tan mono como yo fuera un monstruo. Les encanté a todas.
Según iba creciendo, las monjas no se daban cuenta de nada de lo que pasaba conmigo. ¿Cómo voy a tener malas intenciones de bebé?
Siendo sincero, yo tampoco me enteraba de qué pasaba conmigo. Nadie me decía nada. Así que no podía saber.
Hasta un día cuando tenía 8 años. Las monjas tenían por costumbre golpear en las manos con una regla a los niños que no habían hecho los deberes, que no habían estudiado o que hablaban en clase. Ese día, no me supe la lección.
La profesora cogió la regla y me pidió que le diera la mano. Desee con todas mis fuerzas que no me pegara, me imaginé mi mano llena de golpes y sangrando por todas las heridas que iba a tener. Cuando le tendí la mano, ella dio un grito ahogado. Me preguntó que quién me había hecho eso en la mano y que teníamos que ir corriendo a la enfermería. ¡Increíble, me había librado!

Llegamos a la enfermería y mi profesora le pidió a la monja que estaba allí que me curara la mano. Ésta me cogió la mano, la miró de arriba abajo y dijo “Yo no veo ninguna herida”
Se pusieron a gritarse por la existencia de heridas en mis manos, hasta que me pidieron que saliera.

Mi profesora no volvió a clase, dijeron que se había ido de misionera a un país extranjero. Todos sabemos que se volvió loca.
Me empecé a dar cuenta de que podía hacer que la gente viera lo que yo quisiera que vieran. Una niña que me llamó feo vio de pronto una araña en su zapato y salió corriendo de miedo. No había ninguna araña en su zapato, estaba en su imaginación.
Ya entendía por qué mis padres me abandonaron. ¿Qué les haría ver cuando era bebé?
Pero siguieron pasándome cosas extrañas.
Una vez en el patio, jugando a la pelota, tres niños vinieron a por ella. Como no quise dársela, empezaron a empujarme. Me cansé. Me acerqué a uno a empujarle también. La diferencia es que le lancé de un empujón hasta la pared de enfrente. Estaba a 5 metros.
Las monjas estaban un poco mosqueadas conmigo. No podían explicar las cosas que pasaban a mi alrededor, pero sabían que no eran normales. Me mantenían apartados de los demás niños, como si tuviese la peste o algo por el estilo.
A mis 16 años, mi vida cambió. Y tanto, me echaron del orfanato. Estaba en clase. No atendía, al fin y al cabo, no me preguntaban nunca. Pero, mala suerte, ese día sí lo hicieron.
Claro está, no supe responder. La monja me empezó a gritar, a decirme que no tenía futuro, que me iba a convertir en un desecho de la sociedad, en un monstruo y que por eso mis padres me habían abandonado. Eso me encolerizó. Deseé que viera algo horrible antes de que me pegara con la regla para que supiera lo que yo sentía… Algo llegó a mi mente, un sentimiento extraño. No era mío, porque… se “coló” en mi cabeza. Poco tiempo después, descubrí que era un miedo de la monja.
Supe que la aparición del demonio no le haría gracia a mi profesora, y eso le hice ver. Cuando levantó la regla para darme en la mano por no atender, se quedó paralizada. Miró para el fondo de la clase y se le desencajó la boca del susto. Empezó a gritar como una histérica y salió corriendo de clase, dejándonos a todos allí. Menos mal que el demonio era una ilusión, si no…

Les hacía falta menos que eso para echarme del orfanato. No podían acusarme de nada, pero creían que yo era una especie de endemoniado.
Como sólo tenía 16 años, no podían dejarme en la calle sin más. Me dijeron que me pagarían el primer mes en un “piso” (una mala ratonera) y que me habían encontrado un trabajo como mozo en una tienda. Pero no podía volver jamás al orfanato. Como si yo quisiera volver allí. De hecho, a partir de ese día, cada vez que veía una monja, me dedicaba a crear diablos en su cabeza. No quedara una monja cuerda en mi presencia.
El tiempo pasó y la vida no me trató muy mal. Los empleados de la tienda pensaron que las monjas exageraban con respecto a mí, y poco a poco me fueron dando más trabajo y, por tanto, más dinero. Me pude costear una casa decente, abandoné esa ratonera para siempre.
Descubrí otro poder más. Aunque quizá era una extensión de mi telekinesia. Un día decidí probar que, ya que podía mover cosas con la mente, porqué no mi cuerpo. Pude hacerlo. Pude volar.
Una noche, me paré a pensar. Tenía poderes y sabía usarlos. Podía defender a la gente, ¡podía ser un superhéroe! Sería alguien respetado y querido por los demás. No era algo que me hiciera sentir especialmente feliz, pero nunca estaba de más un poco de cariño.
A la mañana siguiente, fui al banco. Quería pedir un préstamo para comprarme un coche. El director del banco, amablemente mirándome de arriba abajo, me lo denegó sin mirar mis papeles, me dijo que no tenía una clase económica suficientemente alta para poder dármelo. Me contuve para no hacerle ver algo horrible. Si iba a ser un superhéroe, no podía utilizar mis poderes contra nadie.
Llegué a casa y puse las noticias. Cosas de la vida, el banco al que había ido estaba siendo atracado. A regañadientes, me puse un disfraz que había hecho yo mismo (un tanto raro, pero me gustaba) y me dirigí hacia allí.
No me costó nada hacer que el atracador se rindiera. Que creyera ver un sinfín de policías tirándose encima de él ayudó bastante.
El director del banco se acercó a mí. No pude evitar ver su mirada rara hacia mi disfraz. Me mosqueó un poquito. Me tendió la mano, me lanzó una sonrisa muy falsa y me dijo “Muchísimas gracias, señor. Si este banco pudiera hacer algo por usted, darle un préstamo o una hipoteca, no dude en pedirlo”

Fue la gota que colmó mi paciencia. Me concentré, inspiré hondo… Y ahí estaba. ¡Ja! ¡Tenía miedo a que su mujer se liara con el director del banco de la competencia!. Dicho y hecho.
El director giró la cabeza hacia la puerta. Creía ver a su mujer. Se acercaba con otro hombre. Le conocía. ¡Era el director de la competencia! No se lo podía creer. Se llevó las manos a la cabeza y empezó a tirar del poco pelo que le quedaba.
Peor fue su cara cuando vio que se empezaban a liar delante de él. Su boca no podía estar más abierta.

Consideré que ya era suficiente cuando mi querido director estaba a punto de llorar. Hice desaparecer la ilusión.
Me giré y según salí por la puerta me fui volando a casa pensando qué pasaría si mis víctimas vinieran a por mi y mis poderes no fueran ya efectivos contra ellos. Eso sí sería un buen miedo, y no lo del director.
En las noticias de la noche no me ponían muy bien. Decían que un hombre con extraños poderes siniestros había detenido un atraco en el banco. Y que el director, al darle las gracias, había sido víctima de esos poderes. La policía sospechaba que podía ser algún tipo de ladrón, pero no tenían pruebas, así que no podían hacer nada en mi contra.
Seré un superhéroe, pero no soy idiota.
A pesar de esa “mala experiencia”, no deje de intentar ayudar a la gente. No tenía muy buena acogida, pero tampoco me repudiaban. Ayudaba y me iba, nadie me agradecía nada. Alguno que otro siempre terminaba diciendo cosas poco agradables de mi… Pero claro, es que les parecía gracioso tirarme alguna lata de cerveza o llamarme hortera… Y, oye, no es mi culpa que ellos tengan unos miedos que les hagan gritar tanto.
Creo que la policía no me tenía mucho aprecio, pero no se metía mucho conmigo porque siempre había algún superestúpido liándola más gorda. Al fin y al cabo, yo solo hacía que la gente pasara un poquito de miedo.

Lo más maravilloso de mi vida me pasó a mis 25 años. Salí de casa a tirar la basura y, cuando me alejaba, oí un llanto. Me paré en seco y escuché de nuevo. Otra vez, y procedía de un cubo. Fui corriendo. No me podía creer lo que iba a ver. ¡Había un bebé dentro del cubo! ¿Qué gentuza podía haber hecho algo así? Cogí al bebé. Era una niña de unos ojos preciosos.
Tenía que llevarle al hospital. Tenía que avisar a la policía. ¡Qué gentuza! Pero según me di la vuelta, pude “comprender” por qué le habían abandonado. La niña estornudó y desapareció de mis manos… Para acto seguido volver a reaparecer. “Vaya, así que una pequeña monstruito como yo” pensé para mis adentros. ¿Qué iba a hacer? Si la llevaba a la policía y veían su poder… No quería pensar en qué podría pasarla. Me decidí. Sería mi hija adoptiva. No pasaría por las penurias que había pasado yo.

Cogí un taxi y me dirigí al hospital. Tendría que hacer uso de mis poderes para que todo pareciera normal.
Llegué y entregué una hoja en blanco a la recepcionista. Le dije que era mi hija, que había tenido un poco de fiebre, que me había dado miedo por si era grave y había venido corriendo a que le examinaran. La mujer miró la hoja en blanco, asintió y me dijo que en seguida me atendía un médico. Que no me preocupara, que mi preocupación era más de padre primerizo que de otra cosa.

Llegó el médico y la hizo una revisión completa. Estaba perfectamente. Me dijo que la vigilara por si la volvía a aparecer la fiebre y que no me preocupara tanto, que seguro que cuidaba muy bien de ella.
Hoy, Carolina es una niña sanísima. Ha empezado este año el colegio y está emocionada. Tuve una conversación con ella. Bueno, lo que se puede hablar con una niña de 3 años. Me ha prometido que no se teletransportara delante de nadie. La dije que si cumplía su promesa, en un tiempo la explicaría el por qué no podía hacerlo. Se lo explicaré cuando sea capaz de entenderlo: Los mutantes no somos bien recibidos en esta sociedad.

sábado, 15 de septiembre de 2012

Lía, la monje


Esa que ves en el retrato soy yo. Si, yo. Ya, se lo que me vas a decir, que salgo mejor en el retrato que al natural. Ya, gracias. Es lo que tiene no ser guapa. Aunque de mi cuerpo no podrás decir nada, tanto entrenamiento y normas mentales me han ayudado a tenerlo bien firme. Si, bastante firme. ¿Te ríes? Seguramente de una patada podría romperte el cuello. Ah, ¿que no sabías que soy una monje? Ja, pues no lo quieras aprender a la fuerza. No te lo aconsejo. Aunque en el fondo no lo haría, me han educado para ser alguien sensata y capaz de controlar mis sentimientos. Pero te voy a confesar algo, me encanta la ironía y el sarcasmo. No hago mal a nadie con eso y es divertido. A veces la gente se ríe conmigo. Depende de quiénes sean, me parece bien o mal. Si es un desconocido, puede que le mate con una mirada; si es un amigo, me reiré a su lado. Así de maja soy.
 
Supongo que querrás saber un poco de mi vida. Soy la hija menor de 3 hermanos mayores. Dos de ellos guerreros de gran valor, según decía mi padre. El otro, hechicero. Se fue de casa. Según mi padre, que no le gustaban los hechiceros, era de ese tipo de personas que no le gusta inclinarse a ningún lado, un cobarde. Yo quiero mucho a mi hermano, aunque no haya vuelto a saber de él. Me da igual lo que sea, sigue siendo mi hermano.
Yo quería ser una guerrera como mis hermanos mayores. Se reían de mi. Estoy segura de que me temían. Me sacaban unos 10 años, pero era más astuta que ellos (eran muy musculosos, uno de sus brazos podía ser igual de ancho que mi cabeza perfectamente, pero les faltaba un poco de cerebro). Con el bastón de mi madre les hubiera dado más de una vez si hubieran querido enfrentarse a mí.
Si el bastón era de mi madre, ¿cómo llego a mí? Mi madre murió. Llevaba enferma mucho tiempo y utilizaba un bastón para andar. Cuando ya dejó de andar, me regaló ese bastón. No será bonito y es viejo, pero es el bastón de mi madre. No hay más que hablar.
Bueno, continúo. Mi padre y mis hermanos murieron. No se muy bien cómo, la verdad. Cuando sucedió, me metieron en un monasterio. Allí, los monjes me dijeron que habían caído en una batalla. No me respondieron más, dijeron que era información innecesaria. No me alegro de sus muertes, en absoluto, a veces pienso en ellos y me apeno, pero si me hubieran llevado, seguramente no hubieran muerto. Pero en fin, eso no se sabrá nunca.
Eso sí, ese monasterio me cambió la vida. Era una niña de 12 años cuando entré. A pesar de la muerte de la mayor parte de mi familia (quedaba mi hermano el hechicero, que no le localizaron), yo quería seguir teniendo una infancia, jugar, correr, divertirme... Y sobre todo, quería entrenarme para ser guerrero. La infancia se acabó, eran monjes con una gran autodisciplina, me enseñaron a controlar mis emociones (Si, gracias a ellos no te arranco la cabeza de una patada).
Cuando les vi entrenando, me enamoré de ese tipo de combate. Pelear así y con esa fuerza... Me dije a mi misma: A la mierda ser guerrera y les pedí que me enseñaran. Uff, costó mucho. Me dijeron que tenía un largo aprendizaje de autocontrol. Al principio me costó mucho, recuerda que tenía 12 años, es muy difícil para una niña. Pero lo logré. No se lo creían mucho, la verdad, porque alguna vez soltaba alguna contestación. Pero bueno, no me dijeron nada malo. Supongo que logré un gran cambio y les convenció. Y se pusieron a entrenarme.
Fui una alumna muy aventajada. El amor que le tenía a ese tipo de lucha ayudó. Entrenaba noche y día, y cuando no entrenaba, meditaba. Era increíble como los monjes me miraban casi con la boca abierta. ¡Ja! Creo que no esperaban que lo consiguiera, pero lo hice.
A los 18 años, decidí marcharme. Creo que ya me habían enseñado todo lo que sabían. No mostraron pena al despedirme, pero después de 6 años, una aprende a leer los ojos de la gente. Me echarían de menos. Quizá volvería algún día con ellos, al menos a visitarles. Les debía toda una vida por delante.
Me marché con lo puesto. El bastón de mi madre, una daga y una túnica. Bueno, sí, y algo de comer para el camino. 
Desde entonces, no dejo de moverme. Cuando una causa me parece justa, la defiendo hasta la muerte. Por eso voy de lugar en lugar buscando gente a la que ayudar y, por qué no admitirlo, culos que patear

viernes, 14 de septiembre de 2012

El guerrero Vankaard y la muerte de su mujer


Es un poco trágica mi historia, aunque es seguro que las hay peores. No me encuentro aquí por gusto, la verdad... Bueno, quizá un poco. Los fantasmas no me gustan, que cuidado, no quiero decir que me den miedo. Pero tenía que venir a Manifiesto. ¿Por qué? Está claro, alguien se me ha muerto. Ese alguien tiene nombre: Alana. Era mi mujer. Llevábamos poco tiempo casados, pero nos conocemos desde la infancia y por eso la amo tanto. Alana era una poderosa hechicera. Sonrío sólo de recordar cómo se movía y cómo pronunciaba sus conjuros, estaba tan sexy... ¿Cómo pudo morir una poderosa hechicera? Fue por mi culpa, un error que la costó la vida. Alana y yo combatíamos juntos siempre, magia y acero, nos gustaba la combinación explosiva que resultaba. 
Generalmente, yo la protegía mientras ella se concentraba para lanzar su conjuro. Y siempre nos funcionó. Hasta aquella noche. Íbamos de camino a nuestra tierra natal, Peruto, cuando unos trasgos aparecieron en el camino. No era la primera vez que nos enfrentábamos a ellos, no debería haber sido nada complicado. Empezamos a combatir.
Todo iba bien, estaba defendiendo a Alana de un trasgo, cuando de pronto sentí su grito de sorpresa. Corté la cabeza de ese bicho en ese instante, y me giré. Alana yacía en el suelo, y varios trasgos estaban tras ella, la habían apuñalado en el corazón...
Perdonad un momento, aunque sea un guerrero fuerte y valiente, las lágrimas se me saltan por su muerte y por mi descuido.
Nos habían tendido una emboscada, buscaban nuestra muerte. Yo ya no tenía nada que perder, quería morir, pero lo haría luchando.
Me cargué a todos esos engendros, no duraron mucho, la verdad. Quizá fue la rabia que me hizo más poderoso, no lo se. Pero ellos murieron. Y Alana también.
Aunque cuando me acerqué a ella, todavía respiraba, muy mal, pero lo hacía. Quise llevarla corriendo a nuestra tierra, pero ella me dijo que no como pudo. Y añadió: "Búscame... Manifiesto..." Y murió en mis manos.

Así que por eso estoy aquí. Quiero volver a verla, creo que quería decirme algo antes de morir
Y decidme, ¿cuál es vuestra historia? ¿Por qué os encontráis aquí?

jueves, 13 de septiembre de 2012

Sebastian, mi Malkavian

Otro de mis personajes favoritos. Sí, también está loco. Es un vampiro. Me divertí mucho con este personaje, aunque fue gracias al master que tuve. Es una lástima que la partida acabara antes de tiempo




Esta historia me la cantó (sí, cantó, que no contó) Sebastian. Ahora, ¿cuánto de cierto pueden tener las palabras de un pobre loco Malkavian? Que cada uno considere veraz lo que quiera.
Sebastian nació en… Primero dijo que en el 1600 antes de Cristo, para terminar riéndose diciendo que fue antes de que llegara el siglo XX.
Digamos, pues, que Sebastian nació en 1880, por poder establecer una fecha exacta.
Sebastian y su familia no vivían en la ciudad de Lecce. Vivían en algún campo que estaba cerca de la ciudad (¿quién dice que sus padres no estaban locos y vivían todos en algún jardín de la ciudad?) Sus padres trabajaban el campo y vivían de ello.
Sebastian no tiene hermanos, o al menos que él recuerde (al preguntarle por ellos, me señalaba una piedra que había en el suelo y me decía que su hermana siempre estaba a su lado. Así que supuse que no tiene hermanos…O que su hermana era una piedra, cosa que dudo)
¿Qué podía hacer un niño solo en el campo que era demasiado joven para ayudar a sus padres? La imaginación le salvó la infancia… A mi parecer, le destruyó la vida.
Sebastian hacía cualquier tipo de cosas con su imaginación. Tuvo guerras que perdió, viajó hasta donde un hombre sólo podía soñar (¡llegó a la Luna!), tuvo poderes que el mayor ejército envidiaría…
Cuando ya tenía suficiente edad para trabajar (7 años), sus padres le pusieron al cuidado de la pequeña granja que tenían. Pero Sebastian seguía en su mundo, así que no era especialmente atento con los animales… Cada vez que su padre llegaba y los animales no estaban atendidos, se quitaba el cinturón y azotaba a su hijo (cosa que pasaba bastante a menudo).
Esto no hizo que Sebastian se volviera más atento. Todo lo contrario, hizo que cada vea se perdiera más y más en su mundo.
Los animales no sólo se convirtieron en sus únicos amigos, sino que también le hablaban. Tenía conversaciones con ellos. Ellos le enseñaron y educaron mientras su padre no dejaba de maltratarle con el cinturón.
Y así creció Sebastian, rodeado de golpes de su padre y hablando con los animales. A veces deseaba que el gallo picara tanto a su padre en el pie que le desangrara y muriera. Pero el gallo le decía que pensara en su madre, que qué iba a hacer ella sin su padre.
A sus 20 años, su madre murió. De peste, dijo su padre. Pero él sabía la verdad. Unas vacas asesinas habían apuñalado a su madre hasta que la pobre había dicho “Mu” y cayó muerta a sus pezuñas.
Sebastian ya no tenía motivo para seguir manteniendo vivo a su padre. Ideo un plan con sus animales. Entre todos le matarían.
El gallo le picaría los ojos, la vaca le aplastaría con sus pezuñas, los cerdos se comerían sus tripas… Y él los dirigiría. La idea le encantaba (Me ha contado algo de un cuchillo en la garganta del padre, así que supongo que le terminaría matando con sus propias manos)
Aguantó en su casa 2 o 3 meses más con sus animales… Hasta que todos murieron. Bueno, él dice que todos se fueron al Sol, pero… En fin
Como ya no le quedaba nadie en esa casa, la abandonó. Se fue a Lecce, a vivir en la ciudad. Él sabía que habría algún animal que le hiciera un hueco en su casa, que le daría cobijo. Seguro que sus antiguos amigos habrían hablado muy bien al resto de animales.
Llegó a la ciudad y deambuló por las calles. Hasta que, en un callejón, vio a un perro callejero. Se estableció en la casa del animal y pronto se hicieron amigos. El perro le habló de la ciudad, dónde conseguir comida y, en resumen, de cómo sobrevivir.
Pero una persona como él no pasó desapercibido. Entre los vagabundos no tuvo buena fama al principio. A base de pelearse con ellos, se hizo un hueco importante. Tenía a 2 o 3 vagabundos que le seguían y le conseguían lo que él quería.
La policía tampoco le tenía mucho aprecio, le perseguía cada vez que le veía. Se llevaba algún que otro golpe, pero nada que no pudiera soportar.
Hasta que un día, llego Él. Le dijo que venía de la Luna (¡La Luna!) y que quería que estuviera con él. Que le daría una casa y muchas cosas… Sebastian estaba maravillado, no sabía muy bien por qué. Hasta que Él, que se estaba riendo, se lanzó y le mordió en el cuello. Así fue como sucedió su abrazo, con unas promesas y un ataque directo a la yugular.
Tras su transformación, Él le dio lo que le prometió. Le puso una casita bastante modesta en la que vivir. Le enseñó a cazar, le enseñó a sobrevivir.
Le enseñó a ser un vampiro.
Le prometió que sería el primer vampiro en pisar la Luna, ¡con la ilusión que le hacía a él!
Sabe que en un determinado momento, le presentó a la Príncipe. Pero no se acuerda de nada. Él le dijo que era cuestión de etiqueta que sus chiquillas fueran inconscientes a la presentación. Así que no sabe siquiera si realmente la Príncipe le dio su visto bueno.
Lo único que recuerda es que Él le dejó inconsciente y que, cuando volvió a despertar, estaba otra vez en su casa, sólo. No volvió a saber de Él. Piensa que volvió a la Luna, y no se le llevó.
Está bastante indignado, pero dice que un día irá a la Luna para patearle el culo.
Y esa es su historia.
Y si te preguntas quién soy yo, te diré que soy un simple pajarillo al que Sebastian le está cantando su vida (hace rimas y todo, es todo un artista)

martes, 11 de septiembre de 2012

Mi querida hechicera Aire

Es una de mis primeras historias, y uno de mis personajes favoritos.

Soy Aqua, la madre de Aire. No creo que ella sea capaz de contaros su historia en condiciones. Si la preguntáis, os dirá que ella procede de la Luna y que un ángel la trajo a la Tierra. O que su primer recuerdo de la infancia es volar con un dragón. Mi niña...
Todo empezó cuando Aire tenía cinco años. Era una niña muy inteligente, charlatana. Y claro, la magia ya estaba en ella. Estaba todo el día haciendo levitar cosas. A su padre y a mi nos encantaba ver cómo disfrutaba con ello.
Cuándo íbamos por el pueblo, la gente se paraba para hablar con ella. Era toda una ricura y el pueblo la adoraba... Bueno, en realidad, no todos. Había un mago, Zeo, que nunca se acercó a mi hija. No me importaba mucho, la verdad. Ese hombre era un poco raro y quizá pudiera asustar a mi pequeña Aire.
Todo ocurrió un día. Estaba por el pueblo con Aire y nos encontramos a una amiga mía y a su hijo. Como son de la misma edad, se pusieron a correr y a juguetear mientras nosotras hablábamos. La perdí de vista 5 segundos... Fueron suficientes. El niño volvió diciendo que un señor muy malo se había llevado a Aire. Que era ese señor raro que siempre parecía enfadado. Zeo.
Salí corriendo, preguntando a todo el mundo por mi hija o por Zeo. No tardaron mucho en unirse a la búsqueda todo el pueblo. Temíamos lo peor. ¿Qué le podía hacer ese señor a mi hija? No quería ni pensarlo. Si le hubiera tocado un pelo... Le habría matado con mis propias manos.
No hizo falta. Cuando llegamos a donde tenía a mi hija, él ya estaba muerto. Mi hija estaba en medio de un símbolo extraño pintado en el suelo. Iba con una túnica blanca. Sangraba por la boca, tenía un ojo hinchado, parecía que la hubieran pegado. Se miraba a las manos con una expresión horrorizada. Jamás se me olvidarán esos ojos. Estaban perdidos en el tiempo, esa mueca de dolor me hizo gritar de pánico.
Zeo estaba tirado en el suelo inmóvil. Una parte de su cuerpo estaba en llamas, el resto estaba prácticamente carbonizado.
Lo que pudimos saber por los escritos de Zeo es que estaba celosa del poder natural de mi hija, y que había diseñado un método para robarla los poderes. Su paso final era matar a mi pequeña Aire. Mi hija se debió rebelar y por eso él le debió golpear para que se estuviera quieta. Pero el poder de mi hija debió abrasarle...
A ella jamás la pudimos sacar nada. Es cierto que tampoco quisimos insistir mucho. Estuvo días y días con la misma expresión en los ojos. No comía ni bebía, sólo estaba en la cama. El doctor nos dijo que era normal, que había sido una experiencia traumática para ella, pero que no tardaría en "despertar".
Y lo hizo, mi hija despertó... Pero ya no era ella. Se comportaba de una forma extraña. Se ponía a hablar con las puertas y las ventanas, si no lo hacía con su sapo. Era muy extravagante. El doctor nos dijo que era normal, que ya volvería a ser ella misma...
Han pasado 13 años desde entonces y ella sigue igual. Será su forma de defenderse de ese trauma que la ha marcado para siempre.
Un día, decidió irse de casa. La pregunté que a dónde iba a ir, que se quedara a mi lado. Dijo que había sido llamada, que alguien buscaba un héroe y sabía que su sapo encajaba a la perfección en ese papel. Así que tenía que ir a presentárselo a la voz. Que su sapo tenía que derrotar a Morcar.
A Morcar. A ese mago tan malvado. El que casi nos mata a todos y ahora estaba dispuesto a volver a intentarlo. No se cómo se había enterado de todo eso, ni si esa voz era real. Si lo fuera, debía ser de Mentor... Pero no creía que un mago de su nivel llamara a mi hija desequilibrada para que se convirtiera en heroína.
La supliqué que se quedara, que Morcar era muy peligroso y que la mataría con la mirada, como las historias antiguas decían. Ella me miró, se puso seria y me dijo que alguien debía combatirle y que ese era su destino. Me asusté, mi hija jamás había hablado así. Esa seriedad... Era tan distinta a ella...
Acto seguido, dijo que su sapo estaba más que preparado, que sabía hacer muchas cosas y que ridiculizaría al ejército del pueblo.
No la pude detener, todavía estaba impresionada con su seriedad, esos escasos segundos... Ella salió corriendo, gritando y riéndose como si estuviera loca... Y a día de hoy, sólo se que está con Mentor, que me escribió una carta diciendo que mi hija podría llegar a ser una gran heroína...
Yo sólo quiero que siga viva...